El Palacio San Miguel se considera una de las tiendas más emblemáticas de la sociedad porteña de fines del siglo XIX. ¿Cuál es su historia?
La historia de la Tienda San Miguel
La Tienda San Miguel abrió sus puertas el 23 de julio de 1857. Se ubicaba en Victoria 756 –hoy Hipólito Yrigoyen–, entre Chacabuco y Piedras. Debió su nombre a la cercana Iglesia San Miguel Arcángel y a la fe de sus propietarios, Elías Romero y su socio Patricio Gutiérrez, que se alejó poco después. Telas para tapicería y alfombras fueron su especialidad desde el comienzo. Lo que hacía la diferencia era la atención esmerada y dedicada de un ejército de empleados.
En sus estanterías estaban las últimas novedades en moda y decoración de Londres y París. También exhibía productos de manufactura propia de sus talleres. Y, sobre todo, un buen gusto reconocido por los clientes. Romero les entregaba sin compromiso a sus clientas un retazo de tela de uno por uno para que se llevaran a su casa y pudieran probarlo antes de comprar.
Las clientas llegaban hasta la calle Victoria, iluminada en ese año con lámparas a gas, en el tranvía tirado por caballos. Las más adineradas, en carros particulares con chofer. Todas, de sombrero y vestido largo, la vestimenta adecuada para salir de paseo.
El nuevo edificio
En el marco de esta Buenos Aires próspera que se encaminaba a ser una gran capital, el local de Victoria empezó a quedar chico. Sin posibilidades de expandirse en esa ubicación, para 1870 Romero decidió mudarse. El terreno elegido fue la esquina de Bartolomé Mitre y La Piedad (hoy Suipacha), exactamente enfrente a la Iglesia San Miguel, por entonces centro de la vida social de la ciudad. Allí construyó un edificio acorde a la importancia que había adquirido su tienda.
En sus cálculos no estaba la epidemia de fiebre amarilla que ese mismo año, en 1871, arrasaría con una parte de la población porteña y empujaría el traslado de las familias ricas hacia el norte de la ciudad. Pero Romero no se amedrentó y continuó, con paciencia, con la segunda etapa de su comercio.
El edificio tenía un subsuelo para las oficinas y tres plantas, las dos primeras destinadas a salones de venta y la tercera a vivienda familiar. La creciente demanda condujo a tres grandes reformas y ampliaciones –hacia La Piedad y hacia Suipacha. Con las mismas fue sumando más lujo y sofisticación: la primera en 1880 y las otras dos, en 1899 y en 1926, ya a manos del heredero, Elías Romero Marull, quien quiso aggiornarla al esplendor que imponía la belle epoque.
La obra final estuvo a cargo del arquitecto José Julián García Núñez, responsable de algunos de los más notables edificios art nouveau de Buenos Aires, quien contrató a la londinense Frederick Sage & Co. para remodelar el frente.
Modificaciones
Se incorporaron grandes columnas rodeando el edificio. Las mismas poseían el basamento de granito negro, fuste de mármol rosado de Syros y capiteles de bronce labrado coronando la doble entrada por la ochava.
Todas las vitrinas y estanterías se hicieron en nogal italiano. Se pusieron en el salón principal cuatro magníficos vitraux, tres en los techos y uno, el de San Miguel Arcángel, en el final del primer piso, todos realizados por la firma porteña Antonio Estruch.
También fueron empresas locales las encargadas de la carpintería metálica –estructuras de las claraboyas, barandas de hierro en la galería del primer piso y las escaleras– y de la sofisticada ornamentación en yeso, omnipresente en ninfas, esculturas y máscaras.
Con el trabajo de esas empresas, con muchos artesanos inmigrantes en sus planteles, se logró hacer un auténtico palacete con aires europeos.
Un patrimonio que sigue en pie
La tienda soportó los avatares de la historia y los cambios en las costumbres hasta 1976, cuando cerró sus puertas definitivamente. Permaneció diez años en el olvido absoluto y, como muchos otros edificios emblemáticos de la ciudad, estuvo a punto de desaparecer para ceder su lugar a una torre de oficinas.
Fue Fernando Pino Solanas quien lo redescubrió en 1985 cuando buscaba locación para su filme El exilio de Gardel. Pocos saben que todos aquellos interiores que sucedían en París fueron en verdad grabados dentro de este edificio.
El mérito de su recuperación es de la firma propietaria del lugar (IANUA). Desistió de seguir las tendencias inmobiliarias del momento y, en cambio, decidió conservarlo tal como los Romero lo tenían en los tiempos dorados de la Tienda San Miguel, con las modificaciones mínimas para reconvertirlo en lujosos salones de eventos.
Hoy, los colectivos rugen sin parar a su alrededor y los semáforos, cables y carteles de tránsito impiden la visión limpia de su esplendorosa fachada. Pero a pesar de todo, uno puede todavía pararse en Suipacha y Bartolomé Mitre y observar el conjunto que forman la Iglesia y el Palacio, e imaginarse a las señoras de vestido largo y sombrero, en un día de compras.
El creador del Palacio San Miguel
Elías Romero, nació en Viniegra de Abajo, provincia de La Rioja (España). Llegó al país en 1852 con 22 años, sin nada para perder y todo por ganar. Atento a las tendencias de la ciudad en expansión, fundó una tienda destinada a atender las incipientes necesidades de lujo. Pionera absoluta del rubro: recién dos décadas más tarde llegarían A la ciudad de Londres, A la ciudad de México y Gath & Chaves.
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