En 1954 las aulas escolares de Argentina estaban inundadas del olor del alcanfor, una sustancia blanca proveniente de la madera del árbol alcanforero llamado “Cinnamomum camphora”.
Según un relato del blog “Contame una historia”, perteneciente al “Programa Universidad Abierta para Adultos Mayores” de la Universidad Nacional de Rosario, en 1954 las aulas escolares estaban inundadas del olor del alcanfor, una sustancia blanca proveniente de la madera del árbol alcanforero llamado “Cinnamomum camphora” que se utilizaba para eliminar la tos y los dolores musculares.
Según el relato de un estudiante de la época, plasmado en el blog antes mencionado, cada uno de los alumnos tenía colocada en el guardapolvo una bolsa chica con una pastilla de alcanfor, abrochada con un alfiler de gancho. La poliomielitis acechaba a los niños en los ‘50 y todavía no había una vacuna contra ese flagelo, por lo que la pastilla de alcanfor era un remedio “casero” que había adoptado la población argentina para evitar el contagio.
En 1955, finalmente, Jonas Salk, un investigador médico y virólogo estadounidense, anunció al mundo que la vacuna contra la poliomielitis estaba disponible. Más tarde, en 1962, Albert Sabin, un virólogo polaco nacionalizado estadounidense, logró un modo de administración oral más sencillo. Desde 1994 Argentina se encuentra en la zona declarada libre de poliomielitis.
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