Las noticias que llegaban desde el viejo continente eran muy cambiantes en los días que precedieron al 9 de julio de 1816: se apagaba la estrella de Napoleón y volvían al poder los gobernantes que había desplazado el francés, entre ellos el rey de España.
Napoleón fue derrotado para siempre en 1815. Su imperio había durado diez años e hizo falta la alianza de casi todos los reinos europeos para poder vencerlo.
El final fue la batalla de Waterloo, en Bélgica, que tuvo un saldo de 50.000 muertos. Allí el ejército francés debió enfrentar a las tropas británicas, holandesas, alemanas y prusianas, dirigidas por el duque de Wellington y el mariscal Von Blücher.
Napoleón fue exiliado en la isla Santa Elena, en el Océano Atlántico, donde falleció en 1821. Ya se le había apagado la estrella en 1813, después de haber perdido la llamada Batalla de las Naciones, librada en Leipzig, Alemania. Al año siguiente abandonó Francia y se exilió en la isla de Elba. Regresó en 1815, retomó el poder, pero Waterloo fue su final definitivo. Derrotado Napoleón, las monarquías europeas respiraron aliviadas... ¡Y cómo no!
Para no pasar nuevos sobresaltos, decidieron formar un frente que restauró las antiguas coronas. Esa unidad quedó plasmada en la Santa Alianza. Para el Río de la Plata y toda América Hispana, la fi gura de Napoleón fue decisiva. No hay que olvidar que su invasión a España y las abdicaciones de los reyes Carlos IV y Fernando VII dispararon las revoluciones en el continente, incluida la nuestra de Mayo.
Sin Napoleón a la vista, aparecieron los que antes estaban escondidos. Fernando VII, ahora con las manos libres, creyó que había llegado el momento de recuperar las colonias perdidas.
El año, 1814. ¿Quién regresó? Fernando, el rey que había sido cautivo de Napoleón. El panorama había cambiado. El emperador había sido vencido y entonces Fernando recuperó el poder. En España lo esperaban con ansiedad: le decían “El Deseado”.
Cuando llegó del exilio, el pueblo de Madrid rodeó su carruaje y al grito de “¡vivan las cadenas!”, desenganchó los caballos y arrastró a pulso el coche hasta el palacio real. ¡Qué recepción! Pero Fernando no fue el rey que los españoles soñaban. Regresó dispuesto a mandar sin oposición (eso se llama absolutismo).
Anuló la Constitución liberal que el país se había dado en 1812, fusiló adversarios, cerró universidades y envió una fuerza militar a América para recuperar sus colonias. ¿Cómo? Sí. En 1815 Fernando envió al general Pablo Morillo, al frente de una expedición con 15.000 hombres, rumbo a América del Sur. ¿Al Río de la Plata? Eso creían acá, y hasta el propio Morillo lo pensaba. Pero el militar había recibido la orden de abrir un sobre con instrucciones secretas ocho días después de haber zarpado. Al hacerlo se enteró de que la flota iba a Venezuela y no a Buenos Aires.
Morillo desembarcó en Venezuela en abril de 1815 y tomó Cartagena (en Nueva Granada, hoy Colombia), lo que retrasó el proceso independentista de esos países y puso en vilo a toda América del Sur.
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