Es común confundir un castillo con un palacio. Ambos son edificios antiguos, imponentes y llenos de historia. Sin embargo, tienen orígenes, funciones y estilos muy distintos. Para entender bien sus diferencias, primero hay que conocer cómo y por qué surgió cada uno.
Los castillos aparecieron en Europa durante la Edad Media, especialmente entre los siglos IX y XV. Su función principal no era el lujo, sino la defensa. Los palacios, en cambio, se construyeron como residencias elegantes, pensadas para mostrar poder y riqueza.
¿Qué es un castillo?

Un castillo es una estructura fortificada, que fue construido con elementos defensivos, como murallas gruesas, torres de vigilancia, fosos y puentes levadizos. Su diseño estaba orientado a resistir ataques enemigos y proteger a quienes vivían dentro.
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Los castillos eran usados por nobles o reyes en tiempos de guerra y eran centros de poder militar. También servían como lugar de residencia, aunque muchas veces eran fríos, oscuros y poco cómodos. Entre las características más comunes de un castillo están:
- Las torres altas, desde donde se podía vigilar el territorio.
- Los muros gruesos de piedra, que ofrecían protección.
- Los fosos llenos de agua, que rodeaban la estructura.
Los palacios: símbolo de lujo
A diferencia de los castillos, los palacios fueron pensados para la comodidad y el esplendor. No tenían funciones defensivas ni estructuras militares, sino que eran viviendas lujosas, construidas para reyes, emperadores o personas de mucho poder económico.
Mientras los castillos se enfocaban en la protección, los palacios buscaban reflejar belleza, cultura y poder económico. Estaban decorados con materiales costosos, jardines amplios, fuentes y obras de arte.
Hoy en día, muchos castillos y palacios siguen en pie y se pueden visitar. Algunos fueron restaurados como museos, mientras que otros todavía se usan para ceremonias oficiales o funciones gubernamentales. Y aunque los castillos ya no cumplen su función original, siguen siendo íconos de la historia medieval.