En Inglaterra e Irlanda, antes de que se creara el reloj despertador, existió un oficio que tenía como principal objetivo despertar a familias enteras. Este trabajo fue furor durante la Revolución Industrial porque los ciudadanos tenían miedo de quedarse dormidos y ser despedidos.

Para evitarlo, debían llegar a tiempo a sus trabajos. Para eso, contrataban a los knocker-up, personas que se dedicaban a golpear sus puertas y ventanas usando una vara de metal a una hora previamente pactada.

Generalmente, este trabajo lo realizaban tanto hombres como mujeres que estaban fuera del circuito laboral por vejez y querían obtener un dinero extra.

La ganancia era semanal y podían ser contratados por una o más personas, siempre y cuando cumplan con el horario de todos. La única condición que tenían para ejercer este tipo de oficio era que no podían irse hasta que no se aseguraban que sus clientes estaban despiertos.

Con el avance de la tecnología, este trabajo fue sustituido primero por el despertador y, años más tarde, por las alarmas de los teléfonos celulares.