Se han realizado grandes avances para comprender y combatir el acoso escolar y, más recientemente, el ciberacoso. Hoy sabemos su prevalencia, los factores asociados, impacto y cómo abordarlo de modo eficaz. Pero que se hable más y se conozcan mejor estos problemas no quiere decir que hayamos logrado comprender las múltiples formas en las que se presentan y cómo brindar los apoyos que mejor se adapten a cada situación.
Hay tres tipos de acoso escolar y ciberacoso que son especialmente difíciles de detectar y resolver:
- los episodios en los que las víctimas son también agresoras;
- los casos de escolares que son víctimas durante mucho tiempo;
- los casos en los que la violencia ejercida sobre las víctimas involucradas es de distintos tipos.
Víctimas agresoras y agresores victimizados
¿Cuándo y cómo se convierte una víctima en agresor? ¿Y un agresor en víctima? Este doble rol es complejo y poco explorado. Una víctima puede defenderse de los ataques de sus iguales con firmeza y límites e, incluso, con agresividad, como insultos. En ocasiones, este uso de la violencia puede llegar a normalizarse tanto que algunas víctimas se conviertan, además, en agresores de otros compañeros y compañeras.
Por otro lado, un agresor puede volverse víctima si, tras ser señalado, comienza a ser excluido y rechazado por su grupo. Estos cambios de rol son cruciales, ya que pueden desencadenar una espiral de violencia más difícil de detener y con consecuencias más graves.
Antes, el doble rol no era habitual. Hoy, en cambio, sabemos que hay más estudiantes implicados en este papel que solo como agresores. Para evitar que suceda, nuestro estudio sugiere que la conducta prosocial y la regulación emocional, especialmente de la ira, son claves para ayudar a las víctimas a afrontar el problema de forma proactiva y sin recurrir a la violencia.
Así, necesitamos poner en marcha acciones directas con quienes están involucrados y dirigidas a fortalecer tanto sus habilidades sociales como emocionales. Especialmente, practicar el buen trato hacia los demás y aprender a canalizar las emociones desagradables de forma constructiva (diferenciar entre una broma y una agresión, establecer límites, ampliar el vocabulario emocional).
Víctimas cronificadas de acoso escolar
Las víctimas de acoso escolar y ciberacoso lo son porque sufren agresiones de forma repetida y prolongada en el tiempo. Pero hay casos mucho más prolongados que otros, en los que los daños y el sentimiento de indefensión se agravan. Aunque los estudios longitudinales son más escasos, sabemos que una de cada tres víctimas sufre acoso a largo plazo, es decir, desde hace más de un año.
Frente a ello, existen dos claves fundamentales: la respuesta del grupo de iguales y la de las personas adultas. Las evidencias científicas sostienen que la pasividad o el silencio cómplice de quienes son testigos de estos episodios contribuye a que se mantengan.
Asimismo, la percepción sobre la red de apoyo, especialmente de la familiar, es fundamental para que las víctimas decidan pedir ayuda frente a lo que les está pasando. Que sientan que su familia está atenta y dispuesta para escucharlas y apoyarlas activamente cuando se enfrentan a cualquier problema es clave para que hablen. Por el contrario, si no perciben este respaldo y temen reacciones negativas o exageradas, como reprimendas o castigos, podrían pensar que contarlo sólo empeoraría la situación, eligiendo así guardar silencio.
Por eso, deben existir otras acciones encaminadas a sensibilizar al contexto en su conjunto. Entre iguales, es esencial reflexionar sobre cómo el contagio social puede determinar una respuesta activa o pasiva como espectadores. Entre las personas adultas, el énfasis está en no restarle importancia al caso y mostrarse disponibles y comprensivos ante todos los involucrados.
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Víctimas de distintas formas de violencia escolar
Los mismos adolescentes y jóvenes que sufren acoso escolar y ciberacoso también pueden estar sufriendo otros tipos de acoso: por ejemplo, acoso sexual entre iguales, o violencia y ciberviolencia en la pareja.
Según un estudio de polimplicación en estos cinco fenómenos, de dos a ocho de cada diez adolescentes y jóvenes podrían ser, al menos ocasionalmente, polivíctimas o poliagresores, lo que tiende a complicarse con las primeras experiencias sentimentales. Así, tal vez algunos adolescentes y jóvenes han llegado a normalizar las agresiones en sus relaciones, dinámica que podrían trasladar del grupo de iguales a la pareja y viceversa.
En la base de ello están algunas dificultades socioemocionales y morales, como la fuerte presión de grupo, el escaso autocontrol de la ira o la desconexión moral. Para reducir esta polimplicación, es fundamental incidir desde edades tempranas en los factores de riesgo y protección comunes, ayudándoles a desnormalizar el maltrato en cualquiera de sus formas –incluso las más sutiles–, tipos de relación o contextos y a desarrollar respuestas más adaptativas a los conflictos en sus interacciones.
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Una respuesta más completa e inclusiva al acoso escolar
Numerosos recursos para prevenir el acoso escolar y ciberacoso e intervenir al ser detectados resultan muy útiles, como Asegúrate o ConRed, pero la experiencia muestra que es difícil frenar todos los casos.
Algunos continúan tras las intervenciones. Sobre el porqué, la investigación apunta a las características individuales complejas, como el doble rol o los escasos apoyos. Comprometidos por la mejora de la situación, iniciativas pioneras actuales están implicando a familias y profesorado para abordar el acoso escolar y ciberacoso en otras situaciones de vulnerabilidad, como el estigma.
(c) The Conversation / Esperanza Espino (Universidad Loyola Andalucía) y Rosario Del Rey (Universidad de Sevilla) / imagen: 123RF