El primer sistema de identificación de personas por huellas dactilares fue creado en Argentina en 1891 por el antropólogo Juan Vucetich. Para poner en marcha el procedimiento, en septiembre de ese año, se tomaron las huellas dactilares de 23 personas que permanecían detenidas por haber cometido diversos delitos en el país.
Ya en 1892, se dispuso que esta técnica se utilizaría para investigar asesinatos y fichar a personas con antecedentes. Gracias a esta normativa, a los pocos meses, se pudo identificar a una mujer que había matado a sus dos hijas en Necochea. Con la resolución de este caso, se mostró la alta efectividad de las huellas.
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En 1905, la Policía Federal oficializó la llegada de esta técnica y la integró como una herramienta para accionar. Desde entonces, este método es conocido como Sistema Dactiloscópico Argentino y, con el correr de los años, se perfeccionó su funcionamiento. Actualmente, las huellas se clasifican en cuatro grupos y, al haber más cantidad, se dispusieron distintas formas de tomar las muestras.
Las huellas dactilares se desarrollan en el ser humano entre los cuatro y los seis meses de gestación y desaparecen ante la descomposición del cadáver. Cada muestra es única y no cambia ni de forma ni de tamaño. Por eso, a la hora de gestionar el Documento Nacional de Identidad, se toman las huellas dactilares del dedo índice.
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A partir de la creación del Sistema Federal de Búsqueda de Personas, desde 2011, la utilización de las huellas dactilares comenzó a implementarse también para reconocer a todos aquellos que aparecen fallecidos y tienen una identidad desconocida o no son reconocidos por ningún familiar, comúnmente llamados "NN". En este caso, el procedimiento puede variar dependiendo del estado en el que se encuentre el cuerpo en cuestión. Luego, este sistema fue exportado a varios países.