La identidad de una nación se basa en el conjunto de sus elementos más característicos, aquellos con los que sus habitantes se identifican entre sí y que los hace distintos a los de otras naciones. Estos incluyen costumbres, expresiones culturales, giros idiomáticos, tonadas al hablar, y los símbolos patrios. Todos ellos generan un sentido de pertenencia, una identidad como país. En esa construcción se combinan los aportes de todos aquellos que integran una nación. En el caso de la Argentina, por ejemplo, hay una enorme impronta, tanto de las culturas aborígenes como de los inmigrantes que arribaron a nuestro suelo desde distintas partes del mundo.

Esa identidad y cultura común también se expresa en las comidas y bebidas que los habitantes de un país comparten. Es el caso del mate, la infusión quizá más representativa de los argentinos y argentinas. Su valor simbólico lo emparenta a la amistad y al compartir. Aunque en tiempos de pandemia, ya no puede compartirse.

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Aparentemente, el mate fue adoptado por los conquistadores de los guaraníes. Se prepara dentro de un recipiente, que puede estar hecho con una calabaza curada, loza o madera, y se bebe con una bombilla. Puede cebarse dulce o amargo y también beberse en taza como mate cocido.

Hay mates para todos los gustos. Hay quienes le agregan azúcar o edulcorante mientras que otros lo prefieren amargo. En cuanto a las yerbas hay infinitas variedades, desde las clásicas hasta las saborizadas. Además, se le puede agregar cascarillas de naranja o limón y también hierbas. Por otra parte, la temperatura del agua es clave porque no debe llegar a hervir. En definitiva, pueda compartirse o no, el mate siempre es un buen compañero.