El origen de la frase “El que se fue a Sevilla perdió su silla” se remonta al siglo XV y tuvo que ver con un conflicto de poder entre el arzobispo Alonso de Fonseca el Viejo y su sobrino, Alonso de Fonseca el Mozo. En esta nota, Billiken te cuenta la historia detrás de esta expresión.
El origen de la expresión “El que se fue a Sevilla perdió su silla” se remonta al siglo XV. Alonso de Fonseca el Viejo (así lo llamaban para diferenciarlo de su sobrino, Alonso de Fonseca el Mozo) era un señor religioso ponderado por su aseo en tiempos en que la higiene personal no figuraba entre las prioridades de la sociedad.
Tal como lo indica el periodista argentino Daniel Balmaceda en “Historias de letras, palabras y frases” (2014), Alonso de Fonseca el Viejo tuvo un papel mediador fundamental entre el rey Juan II de Castilla y el príncipe heredero, Enrique IV. Gracias a las gestiones de Alonso de Fonseca, padre e hijo se reconciliaron y eso le permitió al religioso ascender en la escala social.
Una de las últimas disposiciones que señaló el moribundo rey Juan fue que se ubicara a Fonseca en el primer lugar de la sucesión al arzobispado de Sevilla. Ese no fue el único privilegio que recibió: antes de asumir el cargo, se dio el gusto de consagrar el matrimonio del nuevo rey Enrique y Juana de Portugal.
En 1454, Fonseca ocupó la silla arzobispal en la codiciada Sevilla desde donde continuó tejiendo relaciones y agradando al rey. Su sobrino, hijo de su hermana Catalina, también tenía un cargo distinguido. Era deán de la Catedral de Sevilla. Pero ambos ambicionaban más.
Por eso, cuando corrió la noticia de que habría cambios en Compostela (Galicia) y el arzobispado quedaría vacante, Alonso de Fonseca el Viejo creó un plan. Con el permiso del rey y la autorización del papa, fue nombrado arzobispo de Galicia. Mientras tanto, su cargo en Sevilla sería ocupado en forma provisional por el sobrino predilecto. Acordaron que una vez que Compostela estuviera en su poder, enrocarían los arzobispados: el Viejo regresaría a Sevilla y el Mozo se dirigiría a Compostela.
Partió el tío y el trámite no fue fácil porque el obispo saliente de Galicia, Pedro Álvarez Osorio, enterado de que venían a desplazarlo, se atrincheró en la Catedral. Alonso consiguió aliarse con comerciantes poderosos de Compostela, compró algunas voluntades y, después de un año, logró el objetivo. Antes de regresar a Sevilla se dedicó a pasear un poco, adquirió una valiosa villa en Malpica de Bergantiños y se trasladó a Toro, su ciudad natal, para descansar y visitar a algunos amigos.
Mientras el Viejo se relajaba, el Mozo hacía buena letra en Sevilla. De hecho, logró congeniar con los núcleos de poder de la ciudad e hizo que nadie extrañara al Viejo. Más aún: sintió que debía quedarse allí. Por eso, cuando el tío le anunció que era tiempo de hacer el trueque, el sobrino se negó. Tuvo que intervenir el papa, pero no había nada ni nadie que lo hiciera desistir. Finalmente, el rey Enrique envió fuerzas y restableció el orden: el sobrino tuvo que devolverle el cargo al tío.
De esa historia surgió la frase “El que se fue de Sevilla perdió su silla”, que con el tiempo se transformó en “El que se fue a Sevilla perdió su silla”.
La lengua es un sistema convencional de signos utilizado por las sociedades para establecer una comunicación y, como tal, se encuentra en constante cambio. En este sentido, las frases más conocidas popularmente tuvieron su origen mucho tiempo atrás, en contextos muy diferentes a los de hoy en día. Tal es el caso de la expresión “El que se fue a Sevilla perdió su silla”.
Hoy en día la expresión “El que se fue a Sevilla perdió su silla” se utiliza sin pensar en el contexto que le dio origen. Por extensión, se trata de una frase que expresa la pérdida de los privilegios o posesiones que se tenían por el simple hecho de haberlos abandonado momentáneamente.
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