Con la contundente frase “La soberanía británica sobre las Malvinas es un absurdo resabio imperial que debe terminar” comienza el artículo que Simon Jenkins publicó por el 40º aniversario de la guerra de Malvinas en el conocido periódico británico The Guardian. Y continua afirmando que “Cuarenta años después de la guerra del Atlántico Sur, el sentido común exige un acuerdo negociado con Argentina.”
El reconocido periodista se ha dedicado a investigar sobre el conflicto bélico y es autor del libro “La batalla por las Malvinas”.
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Retoma el tema de las negociacioens por la soberanía previas a la guerra diciendo que “Este mes de abril se cumple el 40º aniversario del inicio de la guerra de las Malvinas. Menos conocido es que es el 41º aniversario de un último intento del gobierno británico de conceder la soberanía sobre las islas al enemigo en esa guerra, Argentina. Se estaban llevando a cabo negociaciones en Nueva York, con el fin de asegurar el autogobierno de las islas bajo un largo arrendamiento de Argentina. Si hubieran tenido éxito, se habría evitado la guerra, se habría resuelto una arcaica disputa imperial y se habría conseguido la paz de los isleños con sus vecinos.”
Y plantea que no se resolvió de esa manera por la disputa interna británica al afirmar que “Pero no fue así. Las conversaciones se toparon con la oposición tanto en las islas como en los bancos conservadores de Londres.”
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Pone en discusión también el costo qu etiene para los británicos sostener una base militar en las islas: “La guerra le costó a Gran Bretaña unos 2.800 millones de libras (9.500 millones de libras en valor actual) y la defensa de las islas cuesta más de 60 millones de libras anuales. En 2012 se estimó que los contribuyentes británicos pagaban más de 20.000 libras por isleño sólo en defensa, y aproximadamente un tercio de la población trabajaba para el gobierno.”
Destaca el acuerdo alcanzado en 1971 por el trabajo de “un talentoso diplomático británico, David Scott” que permitió una comunicación fluida entre las islas y el continente en 1971, y dice sobre este acuerdo que “Al principio funcionó. Los isleños aceptaron becas en las escuelas del continente y cientos de turistas argentinos visitaron Puerto Stanley.”
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Cuenta que unos años después los argentinos “exigieron nuevas conversaciones sobre la soberanía. Éstas recayeron en un ministro menor del gobierno de Callaghan, Ted Rowlands. Trabajando intensamente con los isleños, en 1977 les convenció de que era necesario algún compromiso, como una concesión de soberanía a Argentina a cambio de un arrendamiento de 99 años o más a Gran Bretaña. Se habló de una garantía de seguridad adicional. Rowlands se ganó la confianza de los isleños.”
Pero esta posibilidad se cortó nuevamente por la política interna del Reino Unido: “Esta iniciativa se perdió con la caída del gobierno laborista en 1979. El ministro subalterno de Thatcher, Nicholas Ridley, se hizo cargo de las Malvinas, pero carecía del tacto de Rowlands. El Tesoro ejercía ya una intensa presión en favor de los recortes. Una revisión de la defensa y los planes de retirar el HMS Endurance de su patrulla en el Atlántico Sur sugirieron a Argentina que Gran Bretaña estaba perdiendo interés en la zona. Ridley seguía empeñado en llegar a un acuerdo, pero se encontró con la resistencia del feroz lobby pro-islandés en el Parlamento. Thatcher no se oponía a la transferencia de soberanía, pero se mostró inflexible en que no se hiciera nada sin el consentimiento de los isleños.”
Sobre los años posteriores al conflicto, Simon plantea que “Tras la guerra, la ONU ordenó en noviembre de 1982 que se reanudaran las conversaciones de "descolonización" en Nueva York. No lo hicieron y no lo han hecho durante 40 años. (…) Cualquier idea de progreso era inútil: para los tories, las Malvinas se habían convertido en un monumento a la era Thatcher y a todo lo que representaba.”
Y a continuación plantea sus preguntas sobre el presente y el futuo: “¿No podría Gran Bretaña superar la hostilidad? ¿No podrían los dos países, ahora democracias, volver al menos a los acuerdos de comunicación de las Malvinas de los años 70?”
Contradice los argumentos del gobierno britanico sobre el “derecho de autodeterminación al afirmar que “La forma en que Londres plantea la cuestión de la autodeterminación es una especie de pista falsa. Los isleños no son autónomos, pues dependen de la buena voluntad de Gran Bretaña para su seguridad. Gran Bretaña se deshizo de Adén, Diego García y Hong Kong cuando le convenía al interés nacional. Scott y Rowlands convencieron a los isleños de la necesidad de un compromiso. Esto casi se logró. Gran Bretaña ganó la guerra, pero ahora se encuentra con que tiene que sostener una base militar en el Atlántico Sur, mientras que lo único que tiene que hacer Argentina es sonreír.”
Y plantea su idea de solución sobre el final con un mensaje directo a los habitantes de la sislas afirmando que “La solución del leaseback (arrendamiento) buscada por Rowlands, Ridley y otros hace honor a la geografía, la historia, la diplomacia y la economía. Es de sentido común. Más de 60 millones de libras al año en defensa militar para las islas no lo es. Si los políticos londinenses carecen de las agallas necesarias para buscar un acuerdo con Buenos Aires, quizás los isleños deberían afrontar el futuro y buscar uno para ellos mismos.”
Como se puede ver, no todos los británicos están de acuerdo con la ocupación ilegal de nuestras islas.