La frase “ser el último orejón del tarro” se usa para describir a alguien que siente, o lo hacen sentir, que no es importante, que queda “último en la fila”. Pero su origen, aunque algo olvidado, tiene raíces bien concretas y un contexto cotidiano que remite a las costumbres de otra época.
El "orejón" en cuestión no es un insulto ni una parte del cuerpo. Se trata de una rodaja de durazno deshidratado, una conserva muy común antes de la llegada de heladeras, freezers u otro tipo de refrigeradores. Cuando la fruta fresca comenzaba a estropearse, se la cortaba en mitades, se le quitaba el carozo y se la dejaba secar al sol. El resultado era el famoso orejón, que se guardaba en tarros de vidrio o latón para consumir más adelante.
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¿Por qué “el último orejón del tarro”?
Aquí aparece el corazón de esta frase popular. Dentro de ese recipiente, el último orejón quedaba en el fondo, probablemente más seco, arrugado o incluso olvidado. Ese lugar era sinónimo de poco valor. Por eso, con el paso del tiempo, la expresión se cargó de sentido figurado y empezó a representar a quienes sienten que no cuentan o que son dejados de lado.

Aunque no hay una fecha exacta sobre cuándo comenzó a utilizarse esta metáfora, hay registros de su uso en la primera mitad del siglo XX en Argentina y su significado se consolidó gracias a su presencia en canciones, textos populares y el habla cotidiana.
Tres datos sobre el origen de la frase:
- “Orejones” se les llama a los duraznos deshidratados que se almacenaban en tarros para conservarlos sin refrigeración.
- La expresión remite a quedar al fondo, en el lugar menos visible y deseado.
- Se popularizó en Argentina, aunque también se usa en otros países de habla hispana.
Aunque hoy la frase “ser el último orejón del tarro” puede sonar graciosa o exagerada, su trasfondo muestra cómo el lenguaje conserva pedacitos de historia. Expresiones como esta nos conectan con costumbres antiguas y con una forma muy creativa de describir emociones humanas.