En la educación, muchas mujeres han dejado huellas. Con dedicación, esfuerzo, creatividad y estudio llevaron adelante distintas iniciativas y trabajos que inspiraron a las generaciones futuras. El trabajo de muchas de ellas ha sido reconocido con premios y distinciones. Es el caso de algunas de las educadoras más importantes de la Argentina, cuyo legado está reconocido en las calles del barrio porteño de Puerto Madero.
Entre las docentes recordadas se encuentran Martha Salotti, Rosario Vera Peñaloza, Juana Manso y Olga Cossettini, quien se destacó en una variedad de iniciativas y trabajó desde una mirada innovadora, transformando la educación argentina en la segunda mitad del siglo XX.
El gran trabajo de la señorita Olga
Nació el 18 de agosto de 1898 en San Jorge, provincia de Santa Fe. Y toda su familia estuvo ligada al ámbito educativo. Sus padres, Alpina Bodello y Antonio Cossettini, eran maestros. Y su hermana Leticia, nacida en mayo de 1904, también de dedicó a la educación. De hecho, fueron grandes compañeras y pondrían en marcha una propuesta pedagógica para modificar la educación tradicional en la cual habían sido educadas.
Olga se recibió de Maestra en la Escuela Normal de Coronda, en 1914. Inició su carrera docente en Sunchales, provincia de Santa Fe. En 1921, adhirió a la primera huelga de maestros de la provincia.
Cossettini llevó a cabo el proyecto Escuela Serena o Escuela Activa, una experiencia que consideraba a los niños y las niñas como sujetos activos y protagonistas de sus aprendizajes, no como solo destinatarios. La mano derecha en esta iniciativa fue su hermana Leticia. Juntas, trabajaron para modificar las prácticas educativas basándose en una concepción del acto educativo como hecho social. Defendían una educación que focalizaba en las vivencias porque, según ellas, sólo se podía aprender aquello que se había vivido. Así, la escuela mantenía sus puertas abiertas para estar en contacto con la comunidad. Además, no había horarios rígidos ni timbres ni campanas que anunciaran el inicio o fin de los recreos. En su lugar, sonaba música. Además, había clases de disciplinas artísticas porque el arte formaba parte de la vida en la escuela. Los niños y niñas aprendían a través de diversas actividades éticas y estéticas. La Escuela Serena se caracterizaba entonces por mantener su puertas abiertas y por un clima donde reinaba el arte, la comunicación y la tranquilidad.
Uno de los pilares en los que se basó Cossettini fue la pedagogía de Montessori, un modelo educativo que se centra en la actividad dirigida por el niño y la observación clínica por parte del docente. Así, se adapta el entorno de aprendizaje al nivel de desarrollo del niño.
Por otra parte, la educadora tenía una concepción distinta acerca del maestro, por la cual no lo consideraba solo como un transmisor del conocimiento sino como aquel que ayudaba al estudiante a desarrollar sus capacidades.
Su capacidad y conocimientos, sobre todo para lograr una eficaz comunicación, fueron reconocidos en Francia e Inglaterra. Fue designada Delegada Oficial del Congreso de Planificación de la Educación de la UNESCO en Washington.
En 1997, a los 98 años, Olga Cossettini murió en la misma vivienda del barrio Alberdi que actualmente es un museo y un centro cultural.