El bienestar emocional y las emociones en general han tenido siempre en la historia de la humanidad un papel muy importante y decisivo. No obstante, su estudio científico desde las neurociencias no se incorporó de forma más o menos sistemática y generalizada hasta mediados del siglo XX.
Tomemos la definición de emoción de Daniel Goleman en su libro de referencia Inteligencia emocional según la cual las emociones son:
“Impulsos para actuar, planes instantáneos para enfrentarnos a la vida que la evolución nos ha inculcado. Impulsos arraigados que nos llevan a actuar. En general, su función tiene componentes de supervivencia y adaptación”.
A lo largo de nuestra vida, cada acontecimiento que nos ocurre es valorado emocionalmente por nosotros. Esta valoración predispone a actuar y es la responsable de los diferentes mecanismos que ponemos en marcha: de huida, inhibición o afrontamiento. Es un proceso que va acompañado de reacciones fisiológicas (sudoración, palpitaciones, expresiones faciales…).
Emociones y bienestar emocional
Según la OMS, el bienestar emocional es un “estado de ánimo en el cual la persona se da cuenta de sus propias aptitudes, puede afrontar las presiones normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente, y es capaz de hacer una contribución a la comunidad”.
Si una persona ha desarrollado estrategias internas de equilibrio personal, su evolución, resistencia y afrontamiento de las adversidades del ciclo vital serán más favorables.
Los primeros años, sobre todo el primero, ponen la base de nuestras estrategias y mecanismos de valoración. Durante esa etapa, se forma el patrón (o modelo) interno en el bebé para que este adquiera los fundamentos de este equilibrio.
Qué es el apego
El apego es el vínculo que se desarrolla entre el niño y la persona o personas más cercanas de su entorno familiar. Es una necesidad de supervivencia, ya que actúa en los momentos de confusión, miedo, alto nivel de ansiedad y estrés… En definitiva, es una búsqueda de seguridad. Se establece durante los tres primeros meses de vida.
La representación mental (idea) que se va formado en el niño en estos primeros meses y años de vida es la base para sus futuras relaciones afectivas y guiará su conducta y la manera como se relaciona con los demás. Las respuestas que obtiene de las figuras parentales irán conformando su grado de seguridad personal y al mismo tiempo irá construyendo su percepción del mundo que le rodea.
Ayudar a regular las emociones
Los adultos pueden dar un apoyo adecuado al niño en las situaciones que se producen y acompañarlo en salidas óptimas y adaptativas. Aunque varía, claro está, el temperamento de cada niño, que es una de las características personales que nos viene de serie, forma parte de nuestro mapa hereditario.
En los primeros años, la clave está en ayudar a calmar el estrés y que el niño o la niña pueda desarrollar estrategias personales sólidas que faciliten saber enfrentarse a las adversidades. Ambas cosas, a su vez, deberían proporcionarle la suficiente seguridad como para confiar en las personas de su entorno.
Se trata de establecer una base segura a partir de la cual una persona se siente cuidada y se ve capaz de explorar el mundo buscando su propia autonomía e independencia como adulta. Seguridad que proporciona el cuidado incondicional de las figuras parentales.
Disponibilidad y atención
Prestar atención de forma consciente y responsable a las necesidades evolutivas de los hijos, sean de cuidado, de afecto o de reconocimiento, es posible siempre que los padres y madres también cuiden sus necesidades personales. Es decir, hay que cuidarse para poder cuidar.
La empatía de los progenitores hacia sus hijos es esencial, su capacidad de “pensar a sus hijos”, de comprenderlos, en definitiva, lo que también podríamos denominar mentalización. La mentalización es una capacidad que permite la interpretación del comportamiento ajeno y propio en función de nuestros pensamientos, deseos, sentimientos y es esencial para el desarrollo óptimo de las relaciones con los otros ya que a la vez es reguladora de las emociones y las conductas.
La presencia en la vida de los hijos
En este caso la presencia es subsidiaria de la disponibilitad, es una condición necesaria para poder estar atentos a las necesidades de desarrollo de la infancia. Una acompaña a la otra y son indisociables.
No siempre ocurre así: podemos estar presentes físicamente y no prestar atención a nuestros hijos. Estar juntos “y en paralelo”, cada uno a lo suyo, no permite darnos cuenta de que quizás es un buen momento para compartir juegos, salidas o ver una película y hablar de ella.
Querer y demostrarlo
El afecto, el amor expresado por los adultos de referencia es el alimento del equilibrio emocional que permite el bienestar. La calidez en la expresión del afecto permite y es uno de los factores protectores en el equilibrio emocional y por ende de la salud mental en la infancia.
Esta expresión afectiva puede permitir, entre otras cosas, la regulación de la expresión del estrés de los niños.
Apoyo en las situaciones de estrés
En la infancia se aprende a regular las emociones, fundamentalmente a partir de las reacciones que tienen los adultos de referencia y de las respuestas que éstos dan en relación con las pequeñas adversidades.
En realidad, se producen respuestas de estrés. Unas respuestas que desestabilizan al niño o la niña, ya que es la forma primaria de afrontar la adversidad. Por eso necesita de una persona adulta que recoja sus sentimientos y los legitime, les dé un valor de veracidad.
Cuanto más serenas sean las respuestas de los adultos y ayuden a buscar soluciones, salidas o caminos, y a su vez alienten a que el menor se atreva a tomar sus decisiones y a correr riesgos, más se está fomentado la seguridad personal y el bienestar psicológico.
Expectativas ajustadas y respetuosas
Una expectativa es un sentimiento personal que anticipa lo que esperamos de nosotros mismos o bien lo que esperamos nosotros de los otros.
Lo que los progenitores esperan de su hijo o de su hija se comunica a través de la palabra, pero también a través de gestos y expresiones faciales y corporales. Se crean ya antes del nacimiento del bebe y se modifican con el paso del tiempo.
Tienen una repercusión directa en la formación del autoconcepto. La visión positiva (que no ingenua) de las posibilidades del niño o la niña (ya sea en la escuela, con sus amistades, en sus intereses) anima en la optimización de las oportunidades y ayuda a superar los obstáculos.
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(c) The Conversation / Pilar Sanlorien Sánchez (Universitat Oberta de Catalunya) / imagen: 123RF