Los representantes que vivían más lejos del Congreso eran los de Buenos Aires, nada menos que a 1.281 kilómetros. Debían tomarse las cosas con paciencia, entonces.
Por supuesto, el viaje no era directo: había que detenerse varias veces en el trayecto. ¿Dónde? En las postas, unos ranchos humildes que servían para descansar y cambiar la caballada. Eran de adobe, de dimensiones medianas, y tenían al menos un cuarto para dormir, una mesa y cuatro sillas.
El alojamiento debía darse sin cobrar, y sólo se recibía retribución por la comida. ¿Qué se comía? Alguna gallina, carne, guiso. Algunas de las postas donde se detuvieron los diputados fueron las de Luján, Areco, Arrecifes, Pergamino, India Muerta y Carcarañá.
¿En qué viajaban? En galeras, diligencias, sopandas, mulas o caballos. La galera era conducida por un mayoral y cada yunta estaba montada por un postillón, que por lo común era un jovencito. El mayoral tenía una corneta con la que anunciaba la partida y la llegada a las postas. El equipaje personal (que iba arriba del carruaje) no debía superar los 25 kilos. Cuando había mucho peso, se agregaba otro caballo.

¡Dios me libre!
Había postas y postas. Algunas eran directamente pulperías e incluían un buen servicio. Pero también estaban las otras, que de tan pobres y sucias era preferible dormir al aire libre. Lo más peligroso era la picadura de los insectos, como los piojos, las pulgas y las vinchucas.