Hay una sensación muy particular que se tiene, con frecuencia, en momentos de mucha felicidad: queremos que eso, una vez empezado, no termine nunca. Para los amantes de las palabras, ese momento está vinculado a un término específico: sempiterno.
Cuando decimos que algo es sempiterno, nos referimos a que durará para siempre. Es decir, que habiendo tenido un comienzo, un principio, un origen -el sinónimo que se desee- no tendrá fin. En, en cierto sentido, similar al significado de infinito: algo que no tiene límite o final.
¿Cuál es el origen de "sempiterno"?
Como sucede con la mayoría de las palabras que se usan en el español, la palabra "sempiterno" tiene su origen en el latín. Se divide en dos:
- Semper, que puede traducirse como "de una vez por todas". Este término da origen a la palabra "siempre".
- Aeternus, que hace referencia a "lo eterno".
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Sin embargo, hay una diferencia fundamental con ese concepto. Mientras que lo sempiterno tiene comienzo pero no final, lo eterno no tiene comienzo ni final. Cuestiones que, para la filosofía, fueron materia de reflexión durante siglos, y en muchos casos continúa siéndolo.
En el caso de la religión, por ejemplo, hay muchas que atribuyen a su dios o dioses ese calificativo de "eterno". Para la religión católica, Dios es eterno en tanto que no tiene comienzo ni final.
¿Qué puede tener comienzo pero no final?
Lo cierto es que calificar algo de sempiterno es difícil, porque sería saber predecir algo prácticamente a la perfección. Por ejemplo, hablar de hechos históricos que, a pesar de remontarse décadas atrás, aún continúan, sin saberse cuándo terminarán.
Lo mismo ocurre con momentos de mucha tristeza o felicidad. Si, por ejemplo, estamos en un viaje por los lugares que siempre quisimos visitar, probablemente la sensación sea la de un momento sempiterno. Queremos que eso, una vez que empezó, no tenga fin.