La enseñanza, en su significado más amplio, es un fenómeno singularmente humano y vinculado a nuestra naturaleza como seres culturales. La selección natural moldeó nuestra estructura cognitiva para que pudiésemos aprovechar los conocimientos que poseen nuestros congéneres.
Los humanos somos capaces de generar un sistema de herencia cultural acumulativo gracias al cual hemos logrado propagarnos por el planeta a pesar de no disponer de adaptaciones especiales para sobrevivir en los distintos medios.
La ventaja adaptativa que proporciona la acumulación de saberes favoreció el desarrollo de cerebros mejor equipados para el aprendizaje cultural, provistos de habilidades imitativas de alta eficacia, muy por encima de las que encontramos en chimpancés y bonobos, y de formas elementales de enseñanza basadas en la orientación parental del aprendizaje de sus crías, de las que carecen los primates no humanos.
La capacidad para enseñar surgió pronto en nuestro linaje, probablemente hace un millón y medio de años, cuando nuestros antepasados fueron capaces de fabricar las herramientas en bifaz, características de la tecnología lítica achelense. Estas herramientas parecen muy difíciles de fabricar por simple imitación, en ausencia de formas elementales de enseñanza.
¿Por qué enseñamos?
Desde sus orígenes, la enseñanza sirvió para transmitir información sobre cómo comportarnos, es decir, sobre qué conductas son buenas y cuáles debemos evitar, y sobre cómo llevarlas a cabo con eficacia.
Se trata, primero, de conseguir que los jóvenes no imiten conductas inadecuadas para su edad y que no exploren otras peligrosas de por sí, y, segundo, de que sean capaces de reproducir con exactitud las conductas que se consideran adecuadas. Esto último es algo imprescindible para la acumulación de saberes instrumentales, como, por ejemplo, el procesamiento de un alimento o el manejo de un ordenador.
Comportamientos ‘inútiles’
La enseñanza facilita también el mantenimiento de comportamientos que no producen una recompensa inmediata de manera que resulta difícil su consideración como útiles y tienden a ser abandonados.
Para conseguir esto es suficiente con su forma más elemental, característica de la comunicación materno filial, que se basa en la orientación del aprendizaje a través de la aprobación o reprobación de la conducta del niño, algo que puede hacerse con un gesto, sin palabras.
Los progenitores expresan las emociones de agrado o desagrado que les suscita la conducta de sus hijos, lo que les induce a la emisión de señales de aceptación o rechazo que son procesadas por los niños como señales prescriptivas, esto es, como imperativos.
Además, los niños perciben estas señales como una indicación sobre el valor de la conducta, de manera que aprenden a evaluarla como buena o mala, adecuada o inadecuada. Hacen esto aunque, en ausencia de interacción social, la conducta no proporcione ningún tipo de refuerzo. De este modo, gracias a la enseñanza, aprendemos como cierto aquello que nos enseñan y surge una visión del mundo compartida con las personas de nuestro entorno.
Asimilar el saber acumulado
La enseñanza es imprescindible para la acumulación del saber instrumental. La ciencia y el desarrollo tecnológico avanzan poniéndose a hombros de gigantes. La enseñanza permite replicar con exactitud el saber acumulado.
La acumulación del conocimiento puede chocar frontalmente con el constructivismo, modelo dominante en la escuela de hoy. Según este paradigma, el conocimiento se fragua en la mente humana como un proceso constructivo, basado más en la iniciativa del aprendiz que en la guía del maestro.
Vista desde la complejidad del saber acumulado, cualquier situación de aprendizaje constructivista en el aula no deja de ser anecdótica, aunque en ocasiones pueda ser útil.
Premios y castigos
La enseñanza desempeña un papel decisivo para la integración en la sociedad. La enseñanza contribuye a la transmisión de aquellos saberes no instrumentales que configuran la idiosincrasia cultural de cualquier sociedad humana. Toda sociedad necesita de la enseñanza para constituirse como una comunidad cultural.
La aprobación y la reprobación son claves en la enseñanza de todo tipo de conductas, sobre todo en aquellas que, en ausencia de interacción social, no producen refuerzos. Precisamente la eficacia de la enseñanza depende en buena medida de las emociones que se ponen en juego. Aunque sea una obviedad, los premios y los castigos son necesarios para el aprendizaje, incluso si generan malestar en algunos individuos.
La importancia del consenso
La enseñanza necesita consenso para funcionar con eficacia. No hay modelo educativo que soporte la falta de acuerdo entre los actores involucrados: las administraciones, los docentes, las familias, las patronales empresariales, los sindicatos, la sociedad en general, etc.
En la actualidad no existe un consenso compartido que articule la transmisión cultural como el que caracterizó a las sociedades de pequeña escala en las que evolucionó la enseñanza. Probablemente, el ponerse de acuerdo sobre qué se quiere es un factor mucho más decisivo para obtener el éxito educativo que el modelo pedagógico que se practique.
Creencias o verdades objetivas
La enseñanza funciona porque nuestra arquitectura cognitiva evolucionada nos lleva a considerar como verdadero, bueno o bello aquello que se trasmite como tal por las personas importantes para nosotros.
Exceptuando el ámbito lógico matemático y el científico, una parte importante de las creencias que aprendemos podían ser otras y sin embargo las percibimos como si fuesen verdades objetivas. Funcionamos como creyentes, aferrados a la verdad de nuestros conocimientos, valores y prácticas y, por ello, reacios a aceptar los argumentos de los que piensan diferente.
Esta forma de trabajar de nuestra cognición es el peaje que pagamos por no partir de cero y aprovechar los conocimientos de los demás.
Sin tribalismos, pero con convicciones explícitas
Esta es la lección esencial que debe ser aprendida si queremos superar el tribalismo con el que ha funcionado la enseñanza desde el pleistoceno: la necesidad de cuestionar y de distanciarnos emocionalmente de la objetividad con la que percibimos nuestras creencias.
Eso no significa renunciar a mejorar el mundo de acuerdo con nuestras convicciones, pero sí respetar a las personas educadas en tradiciones diferentes.
Sabemos que toda propuesta ideológica entraña siempre unos principios que funcionan como axiomas y que dependen, en buena medida, de nuestras preferencias aprendidas. Por ello, todo debate con contenido ideológico, incluyendo el educativo, debe hacer explícitos esos principios de partida y buscar un consenso sobre los mismos.
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(c) The Conversation / Laureano Castro (Universidad Nacional de Educación a Distancia) y Miguel Angel Toro Ibáñez (Universidad Politécnica de Madrid) / Este artículo ha sido escrito en colaboración con Miguel Ángel Castro, doctor en Antropología Social y Profesor de Enseñanza Secundaria / Imagen: Wikimedia Commons