El aula escolar no siempre fue como ahora. En esta nota, Billiken te cuenta cómo surgió el aula para la escuela primaria.
Tal como lo indican María Cristina Linares y otros autores en “Abecedario escolar. Historia de objetos y prácticas” (2007) el aula de la escuela no siempre fue como ahora.
Por empezar, en el idioma castellano el uso de la palabra “aula” era común en la enseñanza universitaria durante el medioevo. Significaba “estancia donde el catedrático enseña a los estudiantes la facultad que profesa”. No era común su uso para hacer referencia al espacio en el que tenía lugar la enseñanza “elemental”, ya que la educación se podía impartir en la casa del maestro, en salas provistas por el municipio, por la iglesia, por un gremio, etcétera.
El aula, tal como se la conoce hoy, surgió en medio de procesos políticos, sociales y económicos por los que atravesó el Occidente europeo. Los primeros elementos que la caracterizaron pueden encontrarse en los monasterios medievales: un espacio separado de lo mundano, control del tiempo y peso de lo moral.
La Modernidad marcó el comienzo de una nueva cosmovisión. Junto con una creciente urbanización, una estructuración territorial de los Estados, la aparición de nuevos saberes llamados “científicos” y la división de la religión católica en confesiones, comenzó a configurarse un nuevo espacio educativo: el aula.
La Reforma protestante iniciada por Martín Lutero (1483-1546) se centró en el reclamo de nuevas formas de autoridad religiosa. Lutero promovió el acceso de todos a la lectura. La traducción de la Biblia a la lengua vulgar, la enseñanza de la lectura en esa lengua y la imprenta para la reproducción masiva de libros son algunas características de la Reforma. Entre otras opciones destinadas a desarrollar masivamente lectores se apuntó a la creación de una nueva institución: la escuela elemental. Otro gran cambio introducido fue el mayor interés por la educación de la mujer con el fin de que tuviera las bases para educar a sus hijos, lo que produjo un aumento notable en el índice de su alfabetización.
Paralelamente, los católicos prepararon estrategias para contrarrestar la reforma protestante. Uno de esos canales fue la educación de las elites y los futuros funcionarios del Estado. El método aplicado en sus colegios se distinguió por mantener la disciplina mediante la vigilancia y la emulación haciendo que los alumnos estuvieran en una continua competencia. La clase estaba dividida en dos campos: romanos y cartagineses. Cada campo estaba dividido en decurias (grupo de 10 alumnos) que estaban dirigidas por un decurión (alumno meritorio). El aula era entendida como una sociedad organizada y cada alumno como un funcionario. Cada alumno ayudante (decurión) cumplía una función activa: exigir silencio, recitar lecciones, comprobar ausencias y asegurar que se hicieran los deberes. La evaluación individual de los aprendizajes consistía en un interrogatorio equivalente a “pasar a dar lección”. El trabajo escolar era un cuerpo a cuerpo permanente, una tarea sumamente competitiva.
Con la experiencia de La Salle (1651-1719), las escuelas de los Hermanos se volvieron el modelo de una escuela elemental, reservada a los niños del pueblo, que daba privilegio a la lengua vulgar (el francés) y a la enseñanza de la lectura, la escritura y el cálculo.
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