Los líderes, ¿nacen o se hacen?: el extraño caso de los parásitos que ayudan a los lobos a volverse jefes de manada - Billiken
 

Los líderes, ¿nacen o se hacen?: el extraño caso de los parásitos que ayudan a los lobos a volverse jefes de manada

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Una investigación comprobó que los lobos que alojaban parásitos eran más propensos a tener determinados comportamientos arriesgados, como dispersar en busca de un nuevo territorio o convertirse en líder de grupo. Ambos comportamientos implican importantes peligros pero cuando se culminan con éxito tienen premio biológico: la probabilidad de reproducirse es mayor.
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Los líderes, ¿nacen o se hacen? En el caso de los lobos del parque nacional de Yellowstone (Estados Unidos) la respuesta podría estar en un diminuto parásito, Toxoplasma gondii, capaz de modificar el comportamiento de los ánimales y, por extensión, de sus sociedades. Al menos, eso es lo que sugiere un estudio publicado hoy en la revista Communications Biology.

Toxoplasma gondii es un protozoo parásito que se reproduce sexualmente en el tracto digestivo de los felinos, pero que puede infectar a cualquier animal de sangre caliente. Desde humanos a aves y desde nutrias a lobos. Estos son considerados “hospedadores intermedios” y sus infecciones se producen cuando ingieren formas de resistencia de T. gondii (“ooquistes”), contenidas en heces de felino o o al comerse a otro hospedador intermedio.

En animales no felinos T. gondii suele generar una infección leve o asintomática, excepto en fetos o individuos inmunodeprimidos, que pueden desarrollar una grave enfermedad. A pesar de esa aparente levedad, el protozoo se acantona de forma permanente en el músculo o el tejido nervioso del individuo infectado. Desde su minúscula fortaleza parece tomar, al menos en parte, el control de animales complejos. Tan complejos como un ratón, como una hiena, como usted y como yo.

En muy diversas especies se ha comprobado que tener T. gondii enquistada está relacionado con comportamientos más intrépidos. Esto incluye una mayor exposición al riesgo, un menor rechazo a enfrentar situaciones nuevas y la pérdida del miedo a depredadores y a indicadores de su presencia (como el olor).

Todos estos cambios generan consecuencias en los individuos afectados. Por ejemplo, la presencia de T. gondii en hienas aumenta las probabilidades de que estas mueran en enfrentamientos con leones, mientras que las nutrias marinas parasitadas acaban más a menudo en las fauces de tiburones. Un tercio de la humanidad aloja T. gondii, y eso está relacionado con una mayor propensión a sufrir accidentes de tráfico, cometer suicidio o desarrollar desórdenes psiquiátricos como la esquizofrenia.

En casi todo el mundo el principal vector de T. gondii es el gato doméstico, pero hay lugares donde otras especies de felinos toman ese papel. Es el caso de Yellowstone, donde el principal vector del parásito es el puma.

Un puma en el Parque nacional de Yellowstone (en Wyoming, Montana e Idaho, en Estados Unidos).

El parásito del puma hace lobos líderes

En el trabajo recién publicado, investigadores del Yellowstone Wolf Project han estudiado durante más de un cuarto de siglo la relación que existe entre T. gondii, los pumas y los lobos del Parque Nacional.

Gracias a eso han detectado notables diferencias en los patrones de comportamiento de los lobos infectados por el parásito.

El equipo comprobó que la infección por T. gondii era muy superior en los lobos cuyos territorios se solapaban con las áreas de campeo de los pumas.

Cuando los lobos campeaban en zonas con altas densidades de puma la probabilidad de tener el parásito fue hasta nueve veces mayor que cuando había poco contacto con los felinos. Ningún otro factor (sexo, edad o color del pelaje de los lobos) estuvo relacionado con esta probabilidad.

Los investigadores concluyen que este patrón indica que los lobos se infectan con T. gondii a partir de la ingesta de ooquistes expulsados por los pumas. La infección indirecta (a través de presas parasitadas) es una vía mucho menos importante.

Miembros de la manada de lobos de Junction Butte pasan junto a una cámara de rastreo. Este vídeo muestra las ligeras diferencias que pueden observarse en el comportamiento de los lobos entre individuos. (Crédito: Yellowstone Cougar Project)

Esta investigación, desarrollada a lo largo de 26 años, comprobó que los lobos que alojaban T. gondii eran más propensos a tener determinados comportamientos arriesgados, como dispersar en busca de un nuevo territorio o convertirse en líder de grupo. Ambos comportamientos implican importantes peligros y están asociados a un importante riesgo de morir. Pero cuando se culminan con éxito tienen premio biológico: la probabilidad de reproducirse es mayor en lobos que logran establecerse en nuevos territorios y, sobre todo, en los que se convierten en líderes de grupo.

Una manada de lobos fotografiada mientras come despojos de bisonte en el Parque Nacional de Yelowstone en 2018. 

El parásito cambia al individuo. El individuo, a la sociedad

Los lobos son animales sociales que establecen relaciones complejas entre individuos. En este contexto resulta muy interesante conocer cómo los cambios de comportamiento que genera el parásito del puma en individuos de lobo pueden transmitirse, como innovación cultural, a los grupos.

Los autores del artículo proponen que la tendencia de los animales infectados a convertirse en líderes de grupo haría que su comportamiento intrépido se convierta en una característica grupal, por aprendizaje de los individuos no infectados.

Entre los comportamientos arriesgados que puede adoptar el grupo está el adentrarse en territorios de puma y aumentar las interacciones con el felino, lo que aumentaría el número de lobos infectados. Si esto parece un bucle es porque eso es justo lo que los autores proponen. Según ellos, la infección por toxoplasma y la jerarquía que se establece en los grupos de lobo estaría reforzando continuamente la interacción entre pumas y lobos, y la transmisión de patógenos entre estas especies.

Resultados del estudio. Kira Cassidy, CC BY

La recuperación de Yellowstone: un ejemplo para la ciencia

El parque nacional de Yellowstone fue declarado en 1872 y se convirtió en el primero de su clase a nivel mundial. Tan temprana protección no impidió que se siguiera atentando contra su biodiversidad, especialmente a través de la persecución de grandes depredadores como pumas, osos pardos y negros y, sobre todo, lobos.

En 1926 se eliminó el último grupo de lobos del parque nacional. Su erradicación, sumada al enorme declive del resto de grandes carnívoros, llevó a un enorme incremento de las poblaciones de herbívoros, sobre todo del uapití, especie hermana de nuestro ciervo rojo. El propio parque mataba cada año miles de ciervos, en un insostenible esfuerzo por controlar su población.

Al ecosistema de Yellowstone le faltaban piezas clave. Las mismas que faltan en buena parte de los ecosistemas españoles. A partir de 1995 se inició un proyecto de reintroducción del lobo, un impresionante éxito de gestión de un espacio natural a partir de la recuperación de procesos básicos de los ecosistemas.

Un lobo fotografiado en el Parque Nacional de Yelowstone en 2018.

El proyecto no solo logró generar un núcleo autosuficiente de lobos, sino que estos han reducido la población de ciervos en beneficio del estado físico individual de los propios herbívoros. El declive de los ciervos, unido a su nuevo uso del espacio (condicionado ahora por el miedo a los lobos) ha generado cambios enormes en la vegetación, los paisajes y el funcionamiento de los ecosistemas de Yellowstone.

Todo esto lo sabemos porque en Yellowstone se ha hecho un seguimiento científico muy intenso y a largo plazo de numerosos elementos de la biodiversidad. Este esfuerzo incluye a los lobos desde su reintroducción, además de otras especies como el puma. Gracias a la ingente cantidad de información generada, Yellowstone y su fauna nos siguen enseñando cosas fascinantes.

El nuevo trabajo añade una pieza más a la noción de que un diminuto parásito es capaz de modificar el comportamiento de grandes vertebrados. Va más allá, al mostrar que los cambios de comportamiento que el parásito causa en los individuos se transmiten a las sociedades, y que estos cambios sociales pueden afectar a procesos ecológicos clave (interacciones entre especies, depredación), que pueden generar enormes cambios en paisajes y ecosistemas. Si en algún sitio se sabe de esto es en Yellowstone.

También introduce elementos intrigantes para la reflexión. Los humanos somos animales sociales, como los lobos, y sabemos que T. gondii es capaz de alterar nuestro comportamiento. ¿Será posible que entre la gente que nos lidera haya una presencia de T. gondii desproporcionadamente alta? ¿En cuántas aventuras maravillosas y en cuántos berenjenales terribles nos habremos metido siguiendo a intrépidos líderes guiados por un protozoo?


(c) The Conversation / Miguel Clavero Pineda (Estación Biológica de Doñana) / imagen: Wikimedia Commons

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