Hay muchas formas de entender la historia de un lugar, los cambios que atravesó y la sociedad que alberga en la actualidad.
Una de ellas es a través del ámbito laboral, es decir, los oficios principales de una sociedad y cómo se modifican en el tiempo. Otra forma es partir de sus aparatos, utensilios y artefactos característicos. Por ejemplo, las velas en 1810, el monóculo en el 1900 o el celular en el 2023.
Entonces, para comprender a la sociedad Argentina podemos, con este razonamiento, partir de lo que alguna vez fue el oficio de paragüero y el uso del paraguas.
El paraguas y la argentinidad
El paraguas está presente en Argentina desde la época colonial, pero su uso, así como sus formas de producción y materias primas, cambiaron en gran medida con el correr de los años.
En un principio, desde mediados del 1500 hasta nuestra independencia oficial en 1816, el paraguas era símbolo de poder y dignidad. Pero ¿por qué?
Primero, porque en ese momento se consideraba que tener la mano o la cara con la piel curtida o quemada por el sol era algo desagradable por estar asociado al trabajo manual. En otras palabras, la antipatía ante el bronceado respondía a cánones de belleza de las clases altas, donde la palidez era el último grito de la moda.
En segundo lugar, el uso de paraguas en aquella época no era tan común como lo es en la actualidad, ya que eran considerados objetos de lujo y no estaban al alcance de todos, debido a su costo y disponibilidad limitada.
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Paraguas: aguas, para todos
A medida que Buenos Aires crecía como ciudad y se consolidaba como importante centro comercial, la presencia de paraguas comenzó a extenderse más allá de los adinerados. El aumento de la clase media y el desarrollo de la industria textil permitieron que se volvieran más accesibles para un segmento más amplio de la población.
Así es como en el siglo XIX, luego de este período colonial y con la influencia de la moda y las tendencias europeas, los paraguas se volvieron más populares. Empezaron a utilizarse por su funcionalidad y por su estilo.
Tal es así que las damas porteñas lucían paraguas adornados con encajes, bordados y telas elegantes, convirtiéndolos en accesorios de moda indispensables.
Finalmente, con la expansión de la industria y la producción en masa del siglo XX, los paraguas se volvieron totalmente asequibles y accesibles para la mayoría de la población. Además, se incorporaron nuevos materiales, como el nylon, y se hicieron disponibles en una variedad de diseños y colores, para convertirse en el accesorio esencial.
¿Qué significaba ser paragüero?
Un paragüero se encargaba de diseñar y confeccionar paraguas a mano, seleccionando cuidadosamente los materiales -como varillas y tela- para garantizar su durabilidad y estética.
Estos expertos dominaban técnicas específicas, como:
- La estructura y el armado del paraguas.
- El corte y la costura de la tela.
- La aplicación de detalles decorativos.
Su experiencia y habilidad les permitía crear paraguas únicos y personalizados, adaptados a las preferencias y necesidades de los clientes.
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Además, muchos de estos artesanos también se especializaban en la restauración y reparación de paraguas antiguos o rotos. Podían desmontar y reemplazar piezas dañadas, reparar varillas, o incluso volver a cubrirlos con nuevas telas, devolviéndoles esta funcionalidad y esplendor original.
¿Oficio en extinción?
El oficio de paragüero, como el resto de los trabajos, fue testigo de su época.
Desde 1990 las fábricas que otorgaban las partes de paraguas a los paragüeros empezaron a cerrar, porque ganaron territorio aquellos paraguas importados de China.
Como si no bastara, los talleres y las fábricas que producían las partes de estos artefactos pasaron a usarse como conteiners para los paraguas de afuera. Sucede que, a lo largo y ancho de Argentina, los artesanos pasaron de la confección manual a la venta de paraguas nuevos –importados- y la refacción de los desmejorados.
