Desde el sábado 25 de mayo de 1811, se hizo tradición celebrar cada año la Revolución de Mayo. Pero el primer festejo fue inolvidable. Lanzamiento de globos, bandas de música, bailes, comidas, desfiles, salvas de artillería... ¡y muchos juegos!
Ese día, con la ciudad alborotada, los chicos de entonces se dieron el lujo de correr como nunca por la Plaza y jugar a lo que quisieran, sin la censura de sus padres.
Pirámide de Mayo
En marzo se decidió celebrar el primer aniversario de la Revolución de Mayo, y se pidió al Cabildo que dispusiera la mejor forma de hacerlo. Como resultado, se presentó un proyecto y se aprobó el programa de festejos, en el que se incluía erigir una Columna del 25 de Mayo, con carácter transitorio: la Pirámide de Mayo.
Hoy está en el centro de la Plaza de Mayo, pero aquella vez se la ubicó frente al Cabildo. Era un modesto obelisco de adobe cocido, de casi 15 metros de altura, circundado por una sencilla verja. A la noche fue iluminada con faroles y alrededor se ubicaron banderas de los regimientos de Patricios, Pardos y Morenos, Arribeños y Húsares.
Ese mismo día que en la plaza era todo festejo y los chicos corrían de acá para allá, otros chicos, de origen indígena, celebraban a miles de kilómetros. ¿Qué cosa? En el Alto Perú, Juan José Castelli proclamaba “el fin de la servidumbre” de los pueblos originarios.
¡Vamos, todavía!
Los festejos incluyeron pequeñas representaciones teatrales en las calles, un desfile de muñecos humorísticos gigantes, la iluminación de todos los edificios cercanos y una buena noticia: la liberación de varios esclavos.
Celestes y blancas
Tuvo tanta repercusión la fiesta de 1811 que, con el tiempo, se confundieron algunas cosas. Por ejemplo, aquel 25 sí se repartieron cintas celestes y blancas, y no el 25 de mayo de 1810, como se dijo durante muchos años.