El jacarandá (Jacaranda mimosifolia, según su nombre científico) es un árbol autóctono del noroeste argentino y de una serie de países de Sudamérica, como Brasil, Uruguay, Bolivia y Paraguay. En nuestra nación es nativo de las yungas, es decir, áreas de selva nubosa en provincias como Jujuy, Tucumán y Salta.
También se los puede encontrar distribuidos naturalmente en Entre Ríos, o desperdigados a lo largo de avenidas y calles en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde se los identifica en intersecciones y barrios enteros. Más que un mero árbol, es un elemento identitario, propio de nuestro país.
¿Dónde hay jacarandás en Buenos Aires?
Las imágenes satelitales que año tras año se toman de la Ciudad de Buenos Aires en noviembre muestran, sin falta, llamativas patotas de jacarandás. Estos cauces violáceos se dibujan sobre algunas de las principales avenidas, por ejemplo:
- 9 de julio.
- Cabildo.
- Libertador.
- San Juan.
- De Mayo.
- Luis María Campos.
- Figueroa Alcorta.
- Corrientes.
Y, ¿cuántos jacarandás hay en la Ciudad de Buenos Aires? Casi 19.000. Gran parte de ellos están en las veredas, y una porción en zonas verdes. No es sólo una hermosa flor: la geometría de su copa, la estructura de las ramas, el tamaño de su tronco y la textura de las hojas son parte del carácter de la ciudad.
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¿Cuándo florece el jacarandá y cómo es su ciclo?
Florece a principios de noviembre, y en los últimos días del mes sus flores violetas llueven sobre veredas, plazas y techos. A partir de diciembre, las hojas adquieren un esplendor verde esmeralda. A mediados del verano, en febrero, sus árboles vuelven a florecer, pero la intensidad y duración son más cortas.
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Después pasa el otoño sin mostrar ningún cambio significativo. A medida que termina el invierno, poco a poco el jacarandá empieza a perder sus hojas, que se vuelven amarillas y ocres, hasta que a principios de primavera las ramas quedan completamente deshojadas.
¿Cómo se adaptó a la ciudad?
Su presencia en la ciudad es obra del arquitecto paisajista francés Carlos Thays, quien a finales del siglo XIX incorporó especies de otras partes del país al arbolado urbano bonaerense.
Esta especie pudo pasar a formar parte del paisaje urbano de Buenos Aires gracias a su capacidad de adaptación al suelo y las condiciones climáticas de la provincia. Es una de las que mejor se acostumbró a las características deseadas de un árbol urbano.
Su adaptabilidad a diferentes climas también es sorprendente. En Chile, por ejemplo, vivió los climas fríos como si nada. Acá pasa lo mismo. De todas formas, debido a que el invierno de la ciudad es diferente al de su hábitat natural, las plantas pierden sus hojas antes de florecer en la primavera, contrario a lo que sucede en otras provincias como Salta, Jujuy y Tucumán.