Para el Día del Animal, compartimos el cuento “En los ojos de un gato” - Billiken
 

Para el Día del Animal, compartimos el cuento “En los ojos de un gato”

Esta es una historia ideal para leer con tus hijos o tus alumnos. Con un protagonista que cree que en los ojos de un gato se puede leer el futuro.
Por Elizabeth Bengtsson

Hace calor. Las hojas de los árboles se derriten porque hace rato que no llueve. La tía Claudina se abanica y me dice que se puede ver el futuro en los ojos de un gato. La tía siempre dice ese tipo de cosas. Lástima que yo no tengo gato. Tengo hámster, tengo perro y tengo canario.

–¿No puedo ver mi futuro en los ojos de Mitzi? –le pregunto a mi tía. Mitzi es mi hámster.

–No lo sé –responde mi tía–. Vas a tener que probar.

Es muy difícil verle al hámster adentro del ojo, porque los hámsters nunca se quedan quietos.

–¿Qué pasa si miro en los ojos de Omelette? –le pregunto a mi tía.

Omelette es mi canario. (Ya lo sé. Omelette es un nombre muy desafortunado para un pajarito. Pero qué le vamos a hacer. Lo eligió mi hermano.)

Entonces miro en el ojo izquierdo de Omelette. Porque Omelette, igual que todos los pájaros, tiene un ojo de un lado de la cabeza y el otro, del otro lado. Si mirás un pájaro de frente, nunca le vas a ver los dos ojos juntos.

Ilustración: Diego Stigliano

Le miro el ojo izquierdo a Omelette.  No veo nada.

Le miro el ojo derecho. Tampoco veo nada.

–Esa regla no funciona con los canarios –le digo a mi tía y busco a Puré. Puré es mi perro. En verdad, Omelette y Puré son de mi hermano, por eso tienen esos nombres ridículos.

Puré está acostado abajo del bananero. Mastica un pedazo de tronco como si fuera un hueso. El pobre tiene calor. Cada tanto, se agita y respira con la lengua afuera y se revuelca en la tierra seca como si eso lo fuera a refrescar.

–¡Puré! –le grito. Y me mira con los ojos muy abiertos. Entonces aprovecho y se los miro bien. Los ojos de Puré siempre parecen tristes. Aunque esté jugando con mi hermano, aunque mueva la cola... siempre parece triste. Yo creo que sabe que tiene un nombre ridículo y por eso pone esa cara.

Le miro los ojos a Puré y me veo reflejado en ellos como en un espejo. Ahí adentro, una lágrima se desliza por mi mejilla. Me llevo la mano a la cara. ¡La tengo seca! Me miro otra vez y me veo los cachetes inundados de lágrimas.

–¡Ay, no! –digo y corro al baño. Busco el espejo. Nada. No estoy llorando.

–No funcionó –le digo a mi tía, que se moja la frente con un cubito. Quiero ver mi verdadero futuro, así que pienso: “¿Quién tiene gato? ¡Amanda!”

Amanda es una compañera del cole que vive en la esquina y tiene un gato gris. Corro hasta su casa.

–¿Quién es? –me pregunta ella por el portero eléctrico.

–Soy yo, Amanda. ¿Me abrís?

–¿Quién es “yo“?

–Yo, Amanda. ¡Matías!

–¿Matías qué?

–Ay, Ami. No te hagás. ¡Abrime!

Se escucha la chicharra de la puerta y entro.

–¿Qué hacés acá? ¿No fuiste a la pile? ¡Con el calor que hace!

No tengo tiempo para conversar.

–Necesito a tu gato –le digo.

–¿Para?

No le respondo. Estoy ansioso por ver mi futuro.

Ilustración: Diego Stigliano

Rodolfo duerme ovillado en el sofá. Apenas lo toco, abre los ojos. Son de un color amarillento y, en el medio, tienen una especie de bola negra, profunda como un agujero. Me miro en esos ojos y me veo.

–¡Guau! –digo–. ¡Voy a ser un superhéroe!

Amanda quiere saber de qué se trata todo eso, pero yo salgo corriendo. Lo que veo en los ojos de Rodolfo me entusiasma. No cualquiera se convierte en superhéroe. La gente me va a aplaudir. No tengo tiempo que perder. Digo chau con la mano y bajo corriendo por la escalera.

–Esperame –me dice Amanda–. Te quiero acompañar...

Al final, la espero. Está toda transpirada y tiene cara de fastidio.

–¿Vos sabías que se puede ver el futuro en los ojos de un gato? –le digo.

–¿De verdad?

–Sí y yo voy a ser un superhéroe.

–Andá.

–Lo vi en los ojos de Rodolfo. La gente me va a aplaudir. Ya vas a ver.

Entro en casa y me meto en el cuarto de mi abuela. Amanda me sigue.

–¿Qué estamos haciendo?

–Buscamos una aguja de tejer con mucha punta –le respondo.

Encuentro una medio viejita.

–Al fin –dice Amanda y resopla–. ¡Me muero de calor! No entiendo por qué en tu casa no tienen aire acondicionado.

Ni la miro. Salgo al patio y me trepo al manzano.

–¿Y ahora, qué? –pregunta Amanda–. ¿Yo tengo que subir también?

–Como quieras –le respondo. Ya casi llego a hacer lo que vi en los ojos de Rodolfo.

Trepo hasta la rama más alta y miro el cielo. Apenas hay alguna nubecita. Sopla un viento del este.

–¿Y ahora? –pregunta Amanda.

–Hay que esperar –le digo. Y espero.

Pasa una bandada de loros. El cielo sigue igual.

–¿Ya? –pregunta Amanda.

–Todavía no.

Pasan dos palomas. Una nube chata se estira y se alarga.

–¿Ya? –pregunta Amanda.

–Todavía no.

Pasa un gorrión. La nube se oscurece.

–¡Ahora! –grito y me estiro y le apunto a esa nube que se formó en la punta del manzano y la pincho con todas mis fuerzas.

–¿Ahora qué? –pregunta Amanda pero no hace falta que le responda porque ¡lo logré! De pronto, del agujero que le hice a la nube sale una gota. Y otra y otra. Y otra más. Las hojas del manzano agradecen, parece que sonríen. Amanda levanta la cara hacia el cielo y el agua le moja las mejillas. Mi abuela se asoma y dice:

–¡Llegó la lluvia! –Y aplaude.

Ya está. Se cumplió mi futuro. Yo, el más grande, hice llover. Ya soy un superhéroe.

FIN

(Publicado en la edición 5122 de Billiken)

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