Eduardo Sacheri alcanzó la fama a través de su obra literaria, de sus historias de ficción. Logró un gran reconocimiento internacional por la excelencia de su trabajo, reconocimiento que tuvo su punto más alto con el premio Oscar a la película El secreto de sus ojos, que él escribió.
Pero existe un lado desconocido de este brillante escritor: es profesor y licenciado en historia.
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A Sacheri le encanta dar clases y le apasiona la historia argentina. Se le nota, no lo puede evitar: durante los 60 minutos en los que pudimos conversar con él, en cada frase, en cada oración, se traslucía la pasión por detrás de las palabras.
Hace pocos días lanzó una nueva obra: su primer libro de historia. Esta vez dejó las ficciones de lado y se abocó a escribir un conjunto de cuatro tomos sobre la historia de nuestro país. El punto de partida para esta serie es el libro llamado “Los días de la Revolución (1806 - 1820): una historia de Argentina... cuando no era Argentina”.
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Para hablar sobre su nuevo trabajo, sobre historia y sobre su vida, fuimos hasta el oeste del Gran Buenos Aires (a “su lugar en el mundo”) y lo entrevistamos. A continuación, encontrarán la primera de una serie de notas con las conversaciones que Billiken mantuvo con Eduardo Sacheri.
–¿Leías Billiken de chico?
Sí, la leía, y la usaba en la escuela. La típica: las habían usado antes mis hermanos: las revistas más nuevas las usábamos para leer y las viejas para recortar. Estaba la pila de revistas y vos ibas buscando: 25 de mayo, 9 de julio, la que necesitaras… pero era un rito frecuente. Seguro que en lo de mi vieja debe quedar algún cuaderno mío de la primaria con recortes de Billiken.
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–¿Dónde hiciste la primaria?
Yo soy de Castelar y la primaria la hice en dos colegios privados: el Inmaculada y el parroquial de Castelar, donde estuve casi toda la primaria. Tengo recuerdos muy lindos porque fue una escuela muy acogedora, donde aprendí mucho, hice muchos amigos.
Fue una época difícil de mi vida, porque mi papa murió cuando yo tenía 10 años, en quinto grado. Entonces, todos los recuerdos de mi niñez tienen ese doble prisma: por un lado, las cosas tan lindas que suelen acompañar tu niñez y, por otro lado, una herida muy fuerte vinculada con lo familiar.
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–¿Recordás alguna maestra en particular?
Sí, sobre todo a mis maestras de cuarto y de quinto: Isabel en cuarto y Celina en quinto. Mi señorita Celina fue la que me acompaño en ese año tan difícil. De hecho, ella vive también en Castelar y se sigue juntando con mi mamá a tomar el té de vez en cuando. No me perdona que me haya dedicado a la historia y la literatura, porque ella estaba convencida de que yo era muy bueno en matemáticas. Y no me perdona que no haya seguido sus consejos de dedicarme a la ingeniería, por ejemplo.
–¿Cuándo descubriste tu fascinación por la historia?
Mirá, me acostumbré desde la primaria, que… ¿viste que uno tenía los libros de la escuela desde principio de año? El manual solía tenían una parte de matemáticas, de lengua, y una de ciencias sociales. Eso lo leía yo por mi cuenta, porque me gustaba ver qué había de historia en el manual de cuarto, de quinto, de sexto. Y lo mismo después, en el secundario.
Cuando terminé el secundario me di cuenta de que lo único que realmente me apasionaba de lo que me habían enseñado era la historia. Casi fue por descarte. Es decir: ¿qué me entusiasma de lo que me enseñaron hasta los 18 años? Historia. Bueno, entonces voy por ahí.
–En tu libro mencionás varias veces la diferencia entre investigar y difundir las investigaciones, y te posicionás claramente en este segundo grupo. ¿Sentís que tu profesión de escritor te ayuda contar mejor la historia?
Yo creo que la historia es una ciencia que se narra. A diferencia de otras, que se analizan, la historia requiere una narración. Lo que es una dificultad si la narración está mal hecha. No alcanza conque la narración sea buena, porque tiene que haber un sustento de conocimientos, pero si está mal contada, se arruina. Se arruina porque no llega ese conocimiento.
Es un equilibro complicado el de la historia. ¿Porqué digo complicado? Porque también está el riesgo de que vos te enamores del relato y te olvides de que es una ciencia. Yo, cuando te invento una novela, te invento una novela. Pero cuando estoy dando una clase, no te puedo inventar, no corresponde que te invente. Lo que corresponde es que te pase unos conocimientos. Del modo más dinámico, entretenido, claro. Pero no deja de ser una ciencia.
A veces me parece que en la divulgación histórica hay como un enamoramiento demasiado fuerte del “como” descuidando el “qué”, y eso me parece que no está bueno.
–¿Cómo conjugas tus dos profesiones… la de docente (o divulgador) y la de escritor?
Yo, en realidad, me siento mucho más docente que divulgador, porque docente soy hace 25 años, y divulgador soy recién ahora que escribí mi primer libro hace unos meses.
Lo que me pasó a mí es que empecé a escribir ficción también de manera medio imprevista. No dije: “voy a escribir para publicar libros”. Pensé en escribir porque eso me hacía bien. Después, eso empezó a crecer y se transformó en una profesión. Pero la otra profesión, la que yo tenía, me gustaba. Y durante varios años ambas convivieron sin problemas. Sin embargo, en algún momento empecé a necesitar más tiempo para la literatura, y tuve que empezar a resignar pedazos de mi labor docente. Por eso me vi obligado a renunciar a la universidad, por eso me quedé con menos escuelas. Pero no siento que es difícil que convivan, porque son dos laburos que me gustan.
A veces te pasa que tenés un laburo que no te gusta y lo reemplazás por uno que te gusta. Pero a mí me pasó que yo tenía uno que me gustaba y surgió otro que también me gustaba. Entonces medio que hago equilibrio y los lunes a la mañana doy clases en la escuela y el resto de la semana lo dedico al otro trabajo.
–¿Puede ser que en este libro se hayan encontrado tus dos profesiones?
Mirá, yo creo que se parece mucho a como yo doy clase. Me doy cuenta de que doy clases de cierto modo. Apelando a herramientas narrativas que traigo de la literatura, sí, o que a lo mejor llevé a la literatura de mi modo de ser.
¿Viste que hay gente que tiene más facilidad para una cosa? Creo que tengo cierta facilidad para explicar las cosas, sea una historia que estoy inventando o una cuestión histórica que te tengo que explicar.
Lo que me motivó a escribir este libro fue pensar que yo todos los años tengo dos grupos de chicos de 16 años, y en total son 70 pibes. Pero con un libro yo puedo llegar eventualmente a miles de personas. Y ya estoy en una edad en la que estoy cerca de jubilarme como docente. Esta bueno multiplicar esto, si se puedo.
En el fondo, si yo te tengo que explicar esto en una clase, te lo explico de forma parecida: trato de simplificar un bollo de cosas muy complejas como para que entiendas esa complejidad. Aunque es un poco contradictorio esto de simplificar lo complejo. Pero dar clases es eso, es decir: “esto es un bollo, y lo vamos a desplegar para que lo entiendas. Pero ojo que esto es un bollo, y tu cabeza tiene que ser capaz de armar de nuevo el bollo”.
¿Cuándo vas a publicar tu próximo libro de historia?
Falta, estoy trabajándolo. Llega hasta 1850, hasta la Batalla de Caseros, el final de Rosas. Que sucede por acá cerca: estaba escribiendo la parte de la Batalla de Caseros y “como que vienen por la autopista”, vienen por ese lado. Es muy interesante.
En próximas entregas publicaremos otras partes de la charla que mantuvimos con Eduardo, donde nos adentramos en su visión sobre los sucesos del período que abarca su primer libro, sobre la argentinidad, los próceres, y el comienzo de la Argentina. ¡Los esperamos!