Nació el 18 de julio de 1918 en Sudáfrica, pero se hizo universal. Pasó un tercio de su vida en la cárcel por luchar contra la discriminación racial. Y sin violencia. Al final, triunfó. Y hasta llegó a ser presidente de su país.
Son las siete de la mañana. El carcelero se acerca hasta la celda donde se aloja el prisionero Nelson Mandela (1918-2013), quien ya lo espera despierto. Le lleva el desayuno, el primer alimento del día.
Una hora más tarde, Mandela termina de limpiar su celda, como todos los días a la misma hora. Al finalizar sale al patio llevando sus elementos de aseo, toma un poco de sol y hace una breve caminata. Le encanta caminar solo; es el momento de la jornada que más disfruta. Es entonces cuando piensa, recuerda y hace planes como si estuviera libre.
Son las doce del mediodía, hora de volver a la celda hasta las dos de la tarde, cuando se renueva el permiso de salida al patio. Algunos presos aprovechan para jugar al tenis de mesa o al ajedrez. Mandela prefiere cuidar un pequeño jardín o escuchar música, en especial jazz. O charlar un poco con sus compañeros de prisión.
Esta ha sido su rutina diaria durante veintisiete años. Sí: estuvo veintisiete años preso por luchar contra la discriminación racial en Sudáfrica, su país. Es el año de 1990 y está a punto de ser excarcelado. Su pueblo lo espera.
Así se denominó el régimen de discriminación racial impuesto en Sudáfrica contra el que luchó Mandela. Es una palabra del idioma afrikáans que se habla en Sudáfrica y que significa “separación”. Consistía en separar a los negros de los blancos: escuelas diferentes, restaurantes diferentes, clubes diferentes, transporte diferente, baños diferentes, etcétera. Fue el colmo de la segregación y una afrenta a la humanidad. Gracias a la lucha de tantos, hoy ya es pasado.
Cuando salió de la cárcel levantó su puño en señal de victoria, y todos los que miraban la escena se emocionaron por igual, negros y blancos. Aquel hombre todavía conservaba su fortaleza, a pesar de hacer estado veintisiete años prisionero. Alto y delgado, con su característica sonrisa de dientes muy blancos dibujada en su rostro, sus ojos pequeños, era la imagen del líder intacto. Del hombre que pudo torcerle el brazo a la injusticia para construir un país más justo. ¡Vamos todavía!
Si acá en la Argentina nos morimos de pasión por el fútbol, andá sabiendo que en Sudáfrica ocurre algo parecido con el rugby. Su seleccionado es fortísimo y recibe el apodo de Springboks, una gacela saltarina muy común por aquellas tierras. Pero hasta 1995 los negros odiaban a los Springboks, donde solo podían jugar los blancos.
Mandela ese año (había asumido la presidencia en 1994), después de la final del Campeonato Mundial ganada por Sudáfrica sobre Nueva Zelanda, le entregó el trofeo al capitán del equipo vestido con la camiseta de los Springboks. Ese gesto fue reconocido como un gran paso para la reconciliación entre blancos y negros sudafricanos.
Dicen que una de las virtudes de Napoleón era acordarse del nombre de todos sus soldados. ¿Será cierto? Difícil. Pero Mandela también hacía gala de tener muy buena memoria. Jamás se le olvidaba un nombre y reconocía a todos sus colaboradores y allegados. Era otra de sus características de gran líder, ¿no te parece?
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