Mientras Buenos Aires era un hervidero político, por las noches se bailaba el minué al ritmo del piano y la guitarra en las casas principales. “¿Me concede esta pieza, señorita?”.
No había problema político o invasión inglesa que pudiera interrumpir la costumbre porteña de las tertulias. ¿En qué consistían? Reuniones en una casa amplia, con invitados, charlas, música, baile, recitados de poesía (casi siempre de la dueña de casa).
A diferencia de lo que ocurre hoy en día, todo se terminaba alrededor de las nueve de la noche. Los trajes de gala femeninos tenían bordados, y se acompañaban con una capa echada sobre un hombro. Varios volados de encaje en los puños caían sobre las manos. Los colores más utilizados eran el verde, el azul y el amarillo.
Las chicas de entonces que no tenían novio se sentaban juntas, apretadas, sobre un sofá largo. De paso se cuidaban del frío, porque no había chimeneas y el fuego solo se encendía cuando las temperaturas bajaban muchísimo. Los braseros utilizados en las reuniones provocaban dolores de cabeza en los presentes.
Las danzas preferidas eran con coreografía: minué y gavota, las dos muy lentas. Si alguien pasaba de casualidad por el frente de una casa mientras se desarrollaba una tertulia, era común que el dueño o la dueña salieran y lo invitaran a entrar.
En las tertulias los hombres hablaban de política. Por entonces circulaba un chisme: que los soldados de Saavedra apoyaban a Liniers porque los favorecía con buenos sueldos y les permitía hacer negocios. Y se decía que hasta algunos cobraban dos sueldos...
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