La muerte de San Martín
El cuerpo del Libertador fue embalsamado y durante los primeros once años luego de su muerte, permaneció en en una de las capillas de Notre-Dame de Boulogne. En 1861, cuando la familia del prócer se mudó a Brunoy, en las afueras de París, su hija resolvió llevar con ellos el féretro de su padre para que fuera ubicado en la bóveda de la familia. Fue en ese entonces cuando se planteó el tema del traslado de los restos a Argentina ya que el General así lo había indicado en su testamento: “Desearía que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires”.
Nicolás Avellaneda fue quien más trabajó para concretar la repatriación de los restos de San Martín. El 5 de abril de 1877, en un discurso pronunciado en el marco del aniversario de la Batalla de Maipú, planteó: “Invito nuevamente a mis conciudadanos para recoger con espíritu piadoso y fraternal este santo legado. Las cenizas del primero de los argentinos según el juicio universal, no deben permanecer por más tiempo fuera de la patria. Los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden la conciencia de sus destinos, y las que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son las que mejor preparan el porvenir.”
El 25 de febrero de 1878, centenario del nacimiento del prócer, se realizó un tedeum en la Catedral porteña que concluyó con la colocación de la piedra fundamental del mausoleo donde descansarían los restos, encargado al escultor francés Auguste Carrier Belleuse.
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En abril de 1880, el ataúd comenzó su viaje hacia Argentina. Fue trasportado de Brunoy a París y luego a El Havre. Desde allí fue embarcado en un buque de guerra hacia Montevideo. Finamente, a fines del mes de mayo, arribó a tierra argentina donde se realizó la ceremonia principal en la cual los integrantes de la Comisión de Repatriación colocaron la bandera del Ejército de los Andes sobre el ataúd, más dos coronas: una con palmas de Yapeyú (ciudad natal del prócer) y otra con gajos de pino de San Lorenzo (bautismo de fuego de los Granaderos a Caballo). Depositado en un bote fúnebre, el ataúd fue desembarcado en las costas de Retiro y el ex presidente Sarmiento fue el encargado de darle la bienvenida. Desde allí, el cortejo siguió hasta la Plaza San Martín, donde el entonces presidente Avellaneda ofreció un conmovedor discurso. Al finalizar, el cortejo continuó por la calle Florida hasta la Catedral Metropolitana, donde depositaron el ataud en la nave central.
Al día siguiente, cuando finalizó el homenaje del pueblo, se ubicó el cuerpo en el mausoleo. Sin embargo, el tamaño del féretro resultó demasiado grande para el espacio asginado, motivo por el cual fue colocado en forma inclinada y así se mantiene desde el 27 de agosto de 1880, custodiado permanentemente por granaderos.
La Capilla Nuestra Señora de Paz, donde se encuentra sus restos, está ubicada en la nave derecha de la Catedral, y posee un piso de mosaicos con pequeñísimas estelas que dibujan espinas, clavos y otros motivos, y que se extienden por toda la Catedral. En tanto, el monumento que contiene al Libertador está hecho, casi en su totalidad, en mármol rosado, mientras que la base es de mármol rojo y la lápida de mármol rojo imperial. El sarcófago es de color negro belga.
Los restos de San Martín se encuentran rodeados de tres esculturas femeninas, que representan a cada uno de los países que éste liberó: Argentina, Chile y Perú.