“Método mutuo”, la forma de enseñanza del siglo XIX - Billiken
 

“Método mutuo”, la forma de enseñanza del siglo XIX

Este método se presentó en las sociedades recientemente independizadas como un medio para cumplir con la utopía de la “ilustración general”. Por sus características técnicas y pedagógicas, el método era barato y permitía alcanzar el ideal de la educación básica y universal a través de la formación de los ciudadanos y, más específicamente, de los niños pobres. En esta nota, Billiken te cuenta en qué consistía.
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Tal como lo indican María Cristina Linares y otros autores en “Abecedario escolar. Historia de objetos y prácticas” (2007), el “Método mutuo” tenía que ver con la labor realizada por los alumnos avanzados, denominados “monitores”. Ellos enseñaban y vigilaban el aprendizaje de sus compañeros. Solamente ellos se comunicaban con el maestro, quien les transmitía los conocimientos y las normas para la actividad escolar. Cada monitor podía tener a su cargo hasta 10 alumnos. La propuesta didáctica provenía de la escuela de Lancaster y estaba impregnada de utilitarismo, ya que era la actividad del alumno la que, en busca de recompensa y para evitar castigos, garantizaba el orden en el aula. La búsqueda de gratificaciones y llegar a ser monitor eran los premios principales.

¿Para qué servía el “Método mutuo”?

Este método se presentó para las sociedades recientemente independizadas como un medio para cumplir las proclamas revolucionarias: la utopía de la “ilustración general”. Por sus características técnicas y pedagógicas, el método era barato y permitía alcanzar el ideal de la educación básica y universal a través de la formación de los ciudadanos y, más específicamente, de los niños pobres

Para evitar dar a cada niño un libro se utilizaban planchas de hojas de papel con letras y palabras suspendidas en la pared, y los alumnos colocados en semicírculo, bajo la dirección de un monitor, repetían la lección. Como las plumas, la tinta y el papel eran caros, los estudiantes utilizaban una pizarra. Desde ese momento la enseñanza de la lectura se encontró ligada a la escritura, dos prácticas que durante mucho tiempo se enseñaron por separado.

El “Método mutuo” en Argentina

El lancasterianismo se expandió por América del Sur a través de Diego Thomson, filántropo y vendedor de Biblias, representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera y de la Sociedad Lancasteriana de Londres. Thomson llegó a Buenos Aires en 1818 y un año después el Cabildo aprobó el establecimiento de una escuela, la preparación de preceptores en este método y el sueldo de mil pesos a Thomson.

Para 1821 ocho escuelas funcionaban con el sistema lancasteriano supervisadas por el Departamento de Primeras Letras. El interés de los políticos se centraba en difundir el “Método mutuo” por medio de especialistas, más que por partidarios del gobierno o la religión hegemónica. Es así que en 1826 el método comenzó a aplicarse también en otras ciudades, como Córdoba, Corrientes, Santa Fe y Mendoza. 

El declive del “Método mutuo”

En 1828 se perdió el énfasis en el método lancasteriano aunque su uso continuó según el criterio de los docentes. El “Método mutuo” no triunfó, entre otras razones, porque la disciplina que se pretendía conseguir no se concretaba. Cada alumno variaba su posición en la pirámide jerárquica constantemente, y el lugar del saber no quedaba centrado en el maestro, quien a su vez se quejaba porque este método incrementaba sus tareas. Además había falta de recursos económicos y el aprendizaje era rápido, razón por la cual la escuela no retenía a los niños el tiempo suficiente.

De todas maneras, se pueden observar algunas herencias en las prácticas escolares derivadas de ese método, como el registro administrativo de las tareas escolares, la profesionalización de la actividad docente y la formación de un grupo de especialistas, los premios y los castigos simbólicos y la evaluación numérica de los aprendizajes.

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