Cuando Juan de Garay dividió las tierras de Buenos Aires, reservó para él un solar frente a la Plaza. Pero nunca lo ocupó. Después vinieron los jesuitas y allí establecieron... ¡un cementerio! ¿Quién querría vivir luego en ese lugar? Así, mientras se construía en otras partes, ese sector permaneció vacío. De vez en cuando dormían allí algunos vagos y pordioseros, que se aprovechaban de la leyenda y asaltaban a los aterrorizados paseantes. Como el terreno era bastante irregular, con fosas y elevaciones, le decían “salamanca”. ¿Qué era eso? Así le decían entonces los españoles a las cuevas que, creían, estaban habitadas por demonios. Y no solo eso: suponían que allí se realizaban ceremonias, danzas macabras, aquelarres de brujas. Para colmo la Plaza –no solo ese sector– carecía de iluminación nocturna, lo que lo hacía más tenebroso.
Estaba maldito
En ese mismo lugar se quiso construir, a comienzos de 1800, un teatro. Pero solo se pusieron los andamios. Que, para colmo, un día se incendiaron. El terreno siguió vacío hasta 1857, cuando se inauguró el primer Teatro Colón.
Bandoleros
En ese mismo lugar sitúa la novela Juan Cuello el escritor Eduardo Gutiérrez. ¿Quién era Juan Cuello? Un bandolero. Sucede que ese sitio, por ser oscuro y despertar tanto miedo, servía también como escondite de muchos asaltantes.